Pregonan a viva voz lo que por ley divina ha sido concedido a ustedes, su gran Corona Real que les da el poder de hacer y deshacer. Santificados sean, ¡oh! grandes y únicos poseedores de la gran democracia ateniense, santificada sea su representatividad y su sano juicio. Vuelvan del aquejado el más burdo de sus servidores, eso les queda bien. Conviertan a las personas en sus herramientas, no le extrañara. Temed de las palabras que los podrían obligar a ser horizontales. Temed de todo aquello que no les permitan usar su burda razón.
Temed, pues, les guste o no, ni el más fuerte de los opios dura para siempre, tarde o temprano su efecto alucinante pasará y la realidad se mostrara frente a su gleba, llegará el día en que la tierra será de otros señores, pero ellos no cambiarán de señor, pues sus señores no podrán ser otros, sino ellos mismos.
Dejen, también, esta profesión, egocéntricos egoístas, pues la esencia de este profesión es altruista. No se les ve creíbles, oh grandes señores, sus falsas verdades sobre el futuro. No esperen palabras tiernas y esperanzadoras para su áspero y desalentador futuro, no esperen nada, no se ilusionen, pues vivir de una ilusión es lo que han hecho, y crear una dentro de otra sería el colmo inclusive para ustedes, estimados y venerados señores y majestades.
¿Cree que escribo por pasión y no por razón? Sepa usted, señor, que la razón es mi pasión
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