martes, marzo 26, 2013
La Torre
La Torre es mi hogar, pues más destruída no puede estar, y nada más de cierto que para mi, que en lo destruído habrá seguridad, pues nada más puede salir mal.
Las Cartas están tiradas.
Un héroe que pretende enfrentar al destino no puede no estar preparado para la tragedia que, sigilosamente, parece acecharle y respirarle al oído.
Un Carro que se abre paso por las estepas, terreno imperfecto y accidentado, no está tan lejos de esperar que sus ruedas fallen y sus caballos se desbanden. Aun cuando el Emperador que monta su Carro deseará pararse para hacer frente, aun que sea a pie, al camino que se abre arbitrario, y que de ello ha de agradecer. ¿Tendrá la Fuerza el Emperador para hacerlo? Si no es así, rápidamente El Juicio deberá arremeter en su cabeza, para así ser capaz de ser sincero consigo mismo frente a lo que se le avecina y no caminar como El Loco aborrecible que llana sus calles. Mientras nada quede claro, mientras El Sol no brille en el horizonte, La Luna será su compañera, y en ella, las más sucias trampas sabe mostrar El Diablo.
El Emperador, ciertamente podría demandar otro Carro para seguir, mas cuando sus dominios lejanos están, y su mente, sin El Juicio acabado, como cual pareja de Enamorados, dudará de cualquiera de sus movimientos. ¿Acaso el fin y La Muerte le esperan? Se podría, ciertamente, elevar en la trascendencia de la superación del terrible camino por el cual estira sus piernas. Su vida no sería otra cosa, sino una vez más una gran Rueda de la Fortuna, con gatos negros y coronados y gatos blancos y alados moviéndola de uno a otro lugar caprichosamente. Entonces, nada más cierto que La Torre añeja, que habrá abandonado será lo que le podría aguardar una vez más, La Templanza deberá surtir una vez más los efectos en el héroe, que ya veterano, la forjado en su interior. Con la habilidad que vio en El Mago que entretuvo su viaje, deberá resolverse, una vez más, a mostrar lo que no es, para así no despertar sospechas.
Cuando su dominio sobre la tierra parece acabarse, cuando su posesión sobre las determinaciones muere, El Emperador no puede más, sino guardar esperanza, como lo hacen los magos en La Estrella, en que las determinaciones de La Emperatriz no acabaran con sus deseos. Acudirá ciertamente a El Papa, hombre sabio, que dará aliento apelando a su eterna racionalidad, y luego, ciertamente, a La Papisa, para ver como ésta lo llena de esperanzas espirituales.
Ciertas largas posibilidades, donde La Estrella jamás es perdida de vista, y donde a lo único que se teme es la niebla que podría apartarla de las esperanzas que guarda el hombre.
Un Carro que se abre paso por las estepas, terreno imperfecto y accidentado, no está tan lejos de esperar que sus ruedas fallen y sus caballos se desbanden. Aun cuando el Emperador que monta su Carro deseará pararse para hacer frente, aun que sea a pie, al camino que se abre arbitrario, y que de ello ha de agradecer. ¿Tendrá la Fuerza el Emperador para hacerlo? Si no es así, rápidamente El Juicio deberá arremeter en su cabeza, para así ser capaz de ser sincero consigo mismo frente a lo que se le avecina y no caminar como El Loco aborrecible que llana sus calles. Mientras nada quede claro, mientras El Sol no brille en el horizonte, La Luna será su compañera, y en ella, las más sucias trampas sabe mostrar El Diablo.
El Emperador, ciertamente podría demandar otro Carro para seguir, mas cuando sus dominios lejanos están, y su mente, sin El Juicio acabado, como cual pareja de Enamorados, dudará de cualquiera de sus movimientos. ¿Acaso el fin y La Muerte le esperan? Se podría, ciertamente, elevar en la trascendencia de la superación del terrible camino por el cual estira sus piernas. Su vida no sería otra cosa, sino una vez más una gran Rueda de la Fortuna, con gatos negros y coronados y gatos blancos y alados moviéndola de uno a otro lugar caprichosamente. Entonces, nada más cierto que La Torre añeja, que habrá abandonado será lo que le podría aguardar una vez más, La Templanza deberá surtir una vez más los efectos en el héroe, que ya veterano, la forjado en su interior. Con la habilidad que vio en El Mago que entretuvo su viaje, deberá resolverse, una vez más, a mostrar lo que no es, para así no despertar sospechas.
Cuando su dominio sobre la tierra parece acabarse, cuando su posesión sobre las determinaciones muere, El Emperador no puede más, sino guardar esperanza, como lo hacen los magos en La Estrella, en que las determinaciones de La Emperatriz no acabaran con sus deseos. Acudirá ciertamente a El Papa, hombre sabio, que dará aliento apelando a su eterna racionalidad, y luego, ciertamente, a La Papisa, para ver como ésta lo llena de esperanzas espirituales.
Ciertas largas posibilidades, donde La Estrella jamás es perdida de vista, y donde a lo único que se teme es la niebla que podría apartarla de las esperanzas que guarda el hombre.
lunes, febrero 11, 2013
martes, enero 29, 2013
Gladiador.
Si los dioses han bendecido al gladiador dejándole vivir en la Arena. Que los Dioses bendigan al Gladiador que pretende salir de ella.
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